ZACATECAS

Desfile de protestas y desorden

Estuvieron a punto de romper filas, pero “éste es el único día en el que se le puede rayar la madre al gobierno a gusto” y no lo iban a desaprovechar. “¿El único día, compadre? Para mí son todos”, corrigió un trabajador de la Junta Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado de Zacatecas (JIAPAZ) a otro, en medio de un mar quieto de burócratas atascados en la marcha de este 1 de Mayo.

La jornada inició temprano para ser festivo en Zacatecas. Poco antes de las 8 de la mañana El Cuervo, presumido helicóptero policiaco, sobrevolaba con prisa las periferias del primer cuadro de la ciudad. Era otra persecución fallida (sin detenidos), que levantó sospechas entre los marchantes sobre un supuesto operativo por las concentraciones de trabajadores, citadas justo a esa hora.

Alrededor del Centro Histórico hubo uno o dos despistados por el bloqueo de las avenidas. Muchos más eran los inconformes: automovilistas reclamaban que sólo pretendían honrar el Día del Trabajo “por los que sí tenemos que trabajar”. Sin embargo, el cerco fue inquebrantable, lo que aumentó el descontento con los tránsitos, encargados de custodiar el evento.

Los primeros en llegar fueron los repartidores oficiales de camisas de tallas grandes, de gorras, chalecos y chamarras para distinguirse, porque “no es lo mismo ser de la SAMA (Secretaría del Agua y Medio Ambiente) que de la Secop (Secretaría de Obras Públicas)”; cargaban cajas y bolsas abultadas hasta los sitios acordados: la explanada del Congreso, la Fuente de los Conquistadores, la Alameda y la Escuela Normal, principalmente.

Después se vieron las familias. Abuelos con sombrillas, madres y padres, varios hijos y niños en carriolas. Los pequeños grupos avanzaban y en un punto se quedaba el papá, luego la mamá con los niños, luego los hijos, cada uno al pase de lista que le correspondía.

Los cafés Andatti tomaron una de las sedes: se repetían entre los montones de agremiados del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), quienes hacían tiempo con plática mientras disimuladamente movían las piernas con ritmo, porque ¿quién se resiste a El ataque de las chicas cocodrilo?, que sonaba desde las bocinas afuera del Palacio Legislativo.

Aquello era una “fiesta sindical”, celebró la lideresa Soralla Bañuelos. La ex diputada del extinto Partido Nueva Alianza (Panal) arribó tarde, partiendo plaza, pero con tiempo suficiente para selfies de ocasión; cumplió una improvisada agenda de atenciones y tomó el micrófono para alzar los ánimos de los espectadores (la mayoría maestros) que a su vez intentaban memorizar el acordeón de consignas.

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